lunes, 27 de diciembre de 2010
Para algunos es un alucinógeno, para otros una planta medicinal que sirve para purificar el cuerpo y el alma. Lo único cierto es que las prácticas y ceremonias donde se reparte el yagé son cada vez más frecuentes en Bogotá y en general en toda  Colombia.
Maestros espirituales, taitas, chamanes y curanderos, tienen en su menú esta particular preparación proveniente de una planta descubierta por la sabiduría indígena en las selvas de Brasil, Colombia, Perú, Ecuador y Venezuela.
En su humilde casa, ubicada en un barrio al sur de Bogotá, encontramos a José, un invidente que desde hace 20 años realiza cada 15 días ceremonias con el yagé a las que asisten decenas de personas de diferentes partes del país e incluso del exterior.
Un pentagrama cubre la pared detrás de su escritorio y unas imágenes con alusión a pinturas indígenas adornan las demás paredes de su consultorio.
Diariamente, decenas de pacientes acuden a él para consultarle si pueden tomar el “brebaje” con la fe de que los ayudará a tratar males, dolencias y enfermedades de diferente índole.
Personas que, según ellas, han buscado en muchos sitios solución a sus problemas y no la encuentran, que no han tenido éxito, que viven entre la desilusión, el estrés y las frustraciones del diario vivir, pero todas con un único propósito: buscar en la “planta sagrada” un alivio para sus padecimientos.
Después de una consulta que cuesta $20.000 y en la cual le especifican al “maestro” cuáles son sus necesidades espirituales más urgentes, éste les da una cita para que en una finca cerca al municipio de La Vega, Cundinamarca, asistan a una ceremonia en la que se reúnen propios y extraños para purificarse a través de un ritual dirigido por él mismo.
El costo del servicio es de $90.000, suma bastante alta si se tiene en cuenta que en otras partes del país, como el departamento del Putumayo, una toma podría costar hasta 10.000.
yage2La ceremonia
Es sábado, es el día de la partida y a las 3:30 de la tarde, los interesados se dan cita en un parque del sur de la ciudad. Uno a uno se suben al bus expreso, pagado por cada uno de ellos.
Asistirán al evento unas 30 personas. Algunas de ellas ya han vivido la mágica experiencia del yagé y llevan más de 5 años repitiéndola. Otras, por primera vez lo tomarán, y afirman que lo hacen por una necesidad espiritual, porque necesitan fortalecer su alma y purificar su cuerpo. Otras,  tal vez más sinceras, admiten que lo hacen por una especie de adición, como el caso de Juan de Dios Granados quien afirma que lo que se siente es tan especial e indescriptible que se ve tentado a repetir la experiencia: “Si por mi fuera, lo tomaría cada 15 días”, dice.
Después de más de dos horas de viaje, a eso de las 6 de la tarde, el bus se detiene en una finca no muy lejos del Municipio de La Vega. Todos descienden y en una modesta casa los espera “José”, un hombre de unos 55 años, que nació en Palermo, Boyacá, y quien afirma que desde pequeño sintió inclinación por la medicina natural. A pesar de su limitación visual, su amor las plantas lo llevó a viajar al Putumayo cuando tenía 13 años. Allí hizo contacto con un taita de la tribu Coreguajes, quien lo preparó durante 12 años y le enseñó los secretos de la “bebida sagrada” del yagé.
“Yo siempre me incliné por aprender todo sobre medicina natural. De tanto recorrer de un lado a otro di con la planta del yagé en el Putumayo. Allá me contacté con un taita de la tribu Coreguaje en lo profundo de la selva, él me inició en el mundo de la medicina tradicional indígena, tanto así que me permitía participar en las ceremonias de la tribu. Lo seguí haciendo hasta que el taita me dio la orden de repartir yagé porque ya estaba preparado. De ahí mi autoridad para acompañar espiritualmente las ceremonias”, afirma.
Preparación
En un recipiente grande se puede observar el preparativo que instantes antes del  inicio del ritual “Don José” ha cuidadosamente arreglado. En su elaboración es indispensable la ayuda de su esposa, una mujer que lo ha acompañado durante los más de 20 años que lleva realizando las ceremonias.
“La preparación del yagé es muy simple, afirma la mujer, se toman los trozos del ‘bejuco del alma’, se cortan cuidadosamente, se lavan, después se machacan y posteriormente se ponen a hervir en una olla junto con el otro ingrediente que es la planta de “chagropanga”.
La mezcla de las dos plantas es indispensable para que el yagé haga efecto, afirma Don José, puesto que sus propiedades son complementarias.
Para los asistentes a la ceremonia, la experiencia y el recorrido del chamán que los acompaña, es garantía de que todo va salir bien: “Él está siempre con uno, durante todo el proceso está pendiente y sabe qué hacer. Eso me inspira la suficiente confianza para estar tranquilo”, afirma uno de los participantes que lleva varios años tomando yagé con “Don José”.
A eso de las 7:00 de la noche, el “maestro espiritual” llama a todos a que se reúnan en una carpa, ubicada en un potrero de la finca, les dice que una vez hayan tomado la “pócima sagrada”, tienen la libertad de caminar por donde quieran, pues la idea es estar en continua relación con la naturaleza y que para ello es necesario que hayan cumplido sus indicaciones de no haber probado bocado durante el día y haberse preparado interiormente para el encuentro.
El ambiente poco a poco va tomando aire ceremonial y todos, con los ojos cerrados, escuchan atentamente a “Don José” quien comienza a invocar a los espíritus a través de cantos e música indígena. Posteriormente cada uno va pasando y toma su porción en una totuma, la que ingieren una vez se les haya dado la orden.
Los cantos del chamán, continúan dándole un aire sagrado a la ceremonia y no pasan mucho tiempo para que el brebaje comience a hacer efecto en quienes lo tomaron: gritos extraños, jadeos y convulsiones son acompañados de náuseas, vómito y diarrea. En medio del éxtasis, algunos se orinan en los pantalones mientras que otros, con algo de conciencia, tratar de hacer sus necesidades al aire libre en un lugar donde nadie los vea.
Las personas se levantan, se acuestan, se sientan, se retuercen, hablan solos y dicen frases inentendibles durante más de tres horas. Después de un tiempo, algunos de ellos se calman pues ya les ha pasado el efecto, pero el chamán los llama para que tomen otra porción que los hace emprender nuevamente el viaje espiritual, actividad que se repite durante toda la noche.
Transcurren las horas y los acompañantes de las personas tratan de darles conforto en medio de las tribulaciones espirituales en las que sus seres queridos se encuentran. Unas veces se reúnen en grupos pequeños a hablar sobre lo que sucede, otras veces se sientan, meditabundos doblegados por el sueño, esperando con ansias a que amanezca.
A eso de las 5 de la mañana, todo empieza a volver a la normalidad. Ya no se oyen las voces y murmullos que fueron una constante durante toda la noche y las personas comienzan a volver en sí. Unos, con la cara demacrada porque la experiencia no les fue muy agradable, otros con un semblante diferente, pero todos afirmando que sienten una paz y una tranquilidad incomparable.
La ceremonia ha terminado y todos regresarán en el mismo bus que los llevó. Seguramente muchos de ellos volverán a repetir la experiencia. Por ahora todos están tranquilos, afirman que atrás quedaron la depresión y la ansiedad que por mucho tiempo los había acompañado.

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